Act. Daniel Day Lewis, Vicky Krieps, Lesley Manville...
Estados Unidos, 2017, 130 minutos
Puntada sin hilo
Poco queda del brillante director de Magnolia o Boogie Nights y bastante del de las supinas tonterías de Embriagado de amor o Puro vicio. Ha acabado por creerse su papel de niño bonito del cine estadounidense a caballo entre el independentismo de Sundance y el gran espectáculo de Hollywood.
Aquí el espectáculo radica sobre todo en esta larga oda a la neurosis. Del protagonista, del personaje, de los secundarios y del director, responsable por cierto de una fotografía excelsa, un trabajo que deja boquiabierto por su profundidad de campo y la orfebrería de los encuadres. Su némesis es una banda sonora insoportable y omnipresente del guitarrista de Radio Head, al que prometo no pinchar jamás.
Tampoco hay que desdeñar el vestuario, claro está, y la puesta en escena, atención a los papeles pintados, así como la casa georgiana en que discurre toda la película y donde encerró al elenco y técnicos durante los 60 días del rodaje.
Por lo tanto no es de extrañar que Daniel Day Lewis, intensísimo toda la película, dijera basta y apuntara a retirarse de la interpretación. Ya veremos, pero si no lo hace va a acabar recostado en la otomana del psicoanalista o pescando truchas sin caña en los ríos de la verde Irlanda.
Un ejercicio de puro estilo, recibiendo influencias de todas partes, el Hitchcok de Rebeca y Vértigo, el Scorsese de La Edad de la Inocencia, incluso la atmósfera de Los muertos de Huston para componer un indigesto masala, tan dañino como las setas venenosas con que le reclama para ella sola la protagonista, deseosa de empoderarse a costa del insufrible modisto, perdón por la redundancia.
alfonso