Reparto: August Diehl, Matthias Schoenaerts,Bruno Ganz...
EE.UU, 2019, 174 minutos
Tumbas sin nombre
Una obra a la que le sobra metraje y redundancias, arropada en el más puro estilo Malick, absolutamente inimitable: grandes angulares, naturaleza en todo su esplendor, agua, símbolos, contrapicados, primeros planos, steady cam, años de montaje, una banda sonora excelsa y una fotografía envuelta en una luz un poco más sombría de lo habitual con predilección por los contraluces muy amortiguados y sin utilizar luz artificial.
Cuenta la historia de uno de los primeros objetores de la historia, el austriaco Franz Jägerstätter, que se negó a jurar lealtad a Hitler, sin que creyese que el gesto iba a crear escuela o tener repercusión alguna en el devenir de la historia. Simplemente no hacía algo que le repugnaba.
Alrededor, la Iglesia siempre velando por su rebaño, es decir los poderosos, y los convecinos de Frank, alegres tiroleses, que pasan de invitarle a cerveza a escupir a su paso. Malick ha tenido el acierto de dejar en alemán parte de los diálogos a pesar de la versión doblada, para admirar en directo un idioma que alcanza su esplendor en el insulto y el odio.
Hay que ir a verla como se va a ver ópera, con distancia y pasión, arrobo y algo de prevención. Y hay que salir deleitados por las tres horas de cine siempre impostadamente lírico, en el que la voz en off nos mece y arropa, pero sin creer que el ser humano, incluso el de Malick, no se merezca un final aciago para contento del planeta y sus otras criaturas. Tenemos esperanza en que el cambio climático lo consiga.
Inspirada en la novela de Georges Elliot, Middlemarch, la película acaba con una cita del autor:
"...que las cosas no sean tan malas para ti y para mí como pudieran haberlo sido, se debe en parte a tantos que vivieron fielmente una vida oculta y descansan en tumbas que nadie visita".
Vidas ocultas, cenizas esparcidas al viento.
alfonso