Act. Nicole Kidman, Colin Farrell, Kirsten Durst, Elle Fanning...
EE.UU., 2017, 93 minutos
Título original: Las seducidas
Que ninguna buena acción quede sin castigo
Cada vez que la señorita Coppola quiere realizar un ejercicio de estilo se le desinfla el suflé antes de crecer. Sin llegar a la tontuna supina de María Antonieta, cuando la chiquilla era novia de Quentin El Cretino, algo que debió marcarla para toda la vida, más que tener un padre genial.
Basada en una novela de Thomas Cullinan llevada posteriormente al cine paradójicamente por el dúo más duro de la pantalla, Siegel & Eastwood, se basa en realidad en eso que Orson Welles llamaba una historia inmortal y que ya había sido delineada en los Cuentos de Canterbury según Pasolini: en plena guerra de Secesión, un hombre entra en un gineceo, -llámese convento, internado, residencia de señoritas, círculo de Podemos...- sin saber que lo hace en un nido de víboras. O tal vez sí.
Una fotografía tramposa con grandes desenfocados que nos lleva al mundo de J.M. Barrie y sus hadas trucadas, un vestuario majestuoso y una mansión sudista que yace entre humeantes columnas jónicas de dueños levemente pervertidos, junto con cierto aire a Las vírgenes suicidas, -la mejor obra del mundo de Sofia-, son los auténticos alicientes de una cinta hueca donde resuena dichoso el Magnificat de Monteverdi.
Aquel en que se escucha, Deposit potentes de sede et exaltabavit humiles. Pero como demostraron en la Revolución Francesa, los inocentes apenas existen. Las inocentes... jamás.
alfonso