Sala Estraperlo Club del Ritme, 3 de diciembre de 2009.
El día que el punk resucite (no sé si nunca llegó a estar vivo y por tanto no sé si llegó a morir), el sector primario incrementará su actividad con la producción de cebada, cáñamo y tabaco, y los otorrinonaringólogos llenarán sus consultas de jóvenes con problemas de oído. Esto pensaba el pasado jueves en el Estraperlo Club del Ritme de Badalona (la única sala con narices de programar punk-rock de forma más o menos estable, y que sea por muchos año), cuando daban las once de la noche y saltaban al escenario Jello Biafra y los Guantanamo School of Medecine, la heterogénea banda de jóvenes y veteranos que acompaña al exlíder de los Dead Kennedys en su última aventura político-musical.
Jello Biafra era el más punk de la sala (en la acepción general del término) y, curiosamente, el que menos lo aparentaba. Tejanos y camiseta, voz modulada, extremadamente histriónico y amanerado: por fortuna el de San Francisco se aparta mucho del perfil punk-me-cago-en-todo, por lo general un pelmazo insufrible. Con una sonorización imperdonablemente deficiente empezaron a sonar los temas del, hasta la fecha, único (y muy bueno) LP de la banda, The Audacity of Hype. La cacofonía no se arregló hasta pasada media hora de concierto, cuando ajustados los botones de la mesa de control los Guantanamo School of Medecine ya sonaban con la contundencia de un estofado de mercurio, arropando a un Biafra en plena forma. La gente enloqueció literalmente al sonar California Uber Alles, el famoso hit de los DK: pogos peligrosos para la integridad de los pies, continuos saltos desde el escenario donde actuaba historia viva del punk-rock. Jello Biafra peina canas (excepto en la coronilla, completamente pelada) y está fondón, pero conserva la voz intacta y sigue siendo un showman. Medio en inglés, medio en castellano, presentaba las canciones y soltaba arengas izquierdoides continuamente, aliñando la actuación con sus buenas dotes de mimo en una especie de performance que posiblemente fuese el primer concierto de punk-rock apto para sordos del siglo XXI. Tras una hora de concierto sonaron veinte minutos largos de bises en los que llegamos al clímax del festival con otro tema histórico de los Dead Kennedys, Holidays in Cambodia: quinientas personas entregadas, saltando y coreando ¡POL-POT!. La clase magistral de rock terminó con Biafra saltando del escenario (la verdad, me hizo sufrir) y la banda, ya con un sonido atronadoramente perfecto, vomitando decibelios de electrosatisfacción.
Terminamos como es norma tras un buen concierto de rock: ahumados como salmones por dentro y por fuera, algunos víctimas de los constantes bombardeos aéreos de cerveza, un pelín más sordos que cuando entramos, y tremendamente felices.
Jello Biafra era el más punk de la sala (en la acepción general del término) y, curiosamente, el que menos lo aparentaba. Tejanos y camiseta, voz modulada, extremadamente histriónico y amanerado: por fortuna el de San Francisco se aparta mucho del perfil punk-me-cago-en-todo, por lo general un pelmazo insufrible. Con una sonorización imperdonablemente deficiente empezaron a sonar los temas del, hasta la fecha, único (y muy bueno) LP de la banda, The Audacity of Hype. La cacofonía no se arregló hasta pasada media hora de concierto, cuando ajustados los botones de la mesa de control los Guantanamo School of Medecine ya sonaban con la contundencia de un estofado de mercurio, arropando a un Biafra en plena forma. La gente enloqueció literalmente al sonar California Uber Alles, el famoso hit de los DK: pogos peligrosos para la integridad de los pies, continuos saltos desde el escenario donde actuaba historia viva del punk-rock. Jello Biafra peina canas (excepto en la coronilla, completamente pelada) y está fondón, pero conserva la voz intacta y sigue siendo un showman. Medio en inglés, medio en castellano, presentaba las canciones y soltaba arengas izquierdoides continuamente, aliñando la actuación con sus buenas dotes de mimo en una especie de performance que posiblemente fuese el primer concierto de punk-rock apto para sordos del siglo XXI. Tras una hora de concierto sonaron veinte minutos largos de bises en los que llegamos al clímax del festival con otro tema histórico de los Dead Kennedys, Holidays in Cambodia: quinientas personas entregadas, saltando y coreando ¡POL-POT!. La clase magistral de rock terminó con Biafra saltando del escenario (la verdad, me hizo sufrir) y la banda, ya con un sonido atronadoramente perfecto, vomitando decibelios de electrosatisfacción.
Terminamos como es norma tras un buen concierto de rock: ahumados como salmones por dentro y por fuera, algunos víctimas de los constantes bombardeos aéreos de cerveza, un pelín más sordos que cuando entramos, y tremendamente felices.