La historia es más sencilla que el mecanismo de un sonajero: un descerebrado se pasa unos cuantos años dando tumbos por EE.UU y se encapricha con Alaska. Llega a la misma Alaska, se interna en la naturaleza salvaje y como es natural, se muere, en este caso de hambre.
Pero para que al bueno de Sean Penn se le hubiera metido en la cabeza tenía que haber más: una familia nuclear instalada en la mentira -¿y cuál no?-, un niño que como buen cristiano busca la pureza en la naturaleza y abomina de la sociedad, unos hippies de caricatura gruesa.
¿Quién da más? Pues la música; aberrante, de esa "con raíces", country reivindicativa, que instantáneamente produce diarrea
Y el nombre que se pone el chavalito, Supertramp, algo así como Supervagabundo. Y además, por lo que se ve muere virgen. Porque la película tiene menos sexo que el catálogo de IKEA.
De traca, no se salva ni por los paisajes.
alfonso